Tiembla el gobierno de Bélgica: cuándo la contabilidad política choca con la calle

Manifestantes marchan frente a edificios gubernamentales en Bruselas, con banderas y carteles contra los ajustes fiscales. Refleja el clima social tenso previo a la crisis política. Uno de los epicentros fue el centro de Bélgica reclamando frenar recortes y defender la indexación salarial. La movilización masiva mostró el rechazo popular a las medidas del gobierno.

Bélgica no es un país que se rompa de un día para el otro; se desgasta. La ocupación política de 2024–2025 y la llegada de Bart De Wever como primer ministro marcaron un viraje hacia la derecha y la promesa de ahorrar hasta 10.000 millones de euros para “enderezar” las cuentas públicas. Pero la primera gran prueba práctica —el presupuesto— se convirtió en la caja de Pandora: la propuesta incluía subir el IVA y congelar o revisar la indexación salarial automática, medidas que tensionaron a los socios de coalición y encendieron a sindicatos y sectores públicos. Reuters+1

¿Por qué cayó (o estuvo a punto de caer) el gobierno? Hay tres causas convergentes. Primera: el choque entre la necesidad técnica de reducir el déficit y la fragilidad política de una coalición a cinco bandas con agendas distintas —N-VA (el partido de De Wever, nacionalista flamenco y conservador), Vooruit (socialdemócrata), CD&V (demócrata cristiano), MR (liberal francófono) y otros— que hace muy difícil repartir costos electorales. Segunda: la narrativa económica dominante —“ajuste, rigor, credibilidad ante la UE”— no convenció a amplios sectores urbanos afectados por recortes en servicios y anunciadas subas de impuestos indirectos. Tercera: la movilización social: grandes manifestaciones y paros dejaron claro que la conflictividad no era sólo técnica, sino social. freemalaysiatoday.com

Los protagonistas visibles: Bart De Wever —líder de la Nieuw-Vlaamse Alliantie (N-VA), practicante de un liberal-conservadurismo con énfasis en orden y control— fue el rostro del ultimátum: presupuesto sí o renuncio. Del otro lado, Georges-Louis Bouchez y la MR representaron el freno a nuevas cargas fiscales, y los sindicatos (centrales históricas en Bélgica) articularon la protesta en la calle. Esa tensión entre el “gobernar desde la cuenta” y el “gobernar escuchando la calle” fue el núcleo del conflicto. belganewsagency.eu

¿Qué se escuchó? Fundamentalmente, un debate técnico sobre déficits, índices y “credibilidad” ante Bruselas. Periodistas, comentaristas económicos y ciertos sectores empresariales insistieron en la urgencia fiscal. ¿Qué no se escuchó suficientemente? Las narrativas de la periferia urbana —trabajadores temporales, migrantes, barrios populares de Bruselas— que sufren recortes de servicios; las preocupaciones sobre la regresividad de un IVA más alto; el malestar por políticas de seguridad que, para muchos, no vienen acompañadas de inversión social. En ese silencio se cocinó la deslegitimación ciudadana que encendió las calles. The Guardian

Historiográficamente, esta crisis encaja en dos continuidades belgas: (1) la dificultad endémica de formar mayorías estables por la división lingüística y el sistema multipartidista; (2) la tensión recurrente entre gobiernos que buscan “orden fiscal” y una sociedad con fuertes tradiciones de negociación social y sindicato. Comparar 2025 con otros episodios muestra que Bélgica nunca falla por un solo factor: falla por la acumulación de fricciones políticas, económicas y simbólicas. Wikipedia

¿Hubo algo novedoso? Sí: la intersección de la política fiscal con asuntos europeos (por ejemplo, debates sobre el uso de activos rusos congelados y la posición de Euroclear), que colocó a Bélgica en una escena internacional donde se discutían riesgos legales y reputacionales más que simples ajustes domésticos. Eso amplificó la sensación interna de que las decisiones no son solo “de aquí”, lo que complicó aún más las iglesias de responsabilidad política. Reuters

Para cerrar: la caída de un gobierno (o su amenaza) en Bélgica no es sólo un problema de números sino de narrativas en disputa. ¿Quién paga la cuenta? ¿Quién decide el coste político de rescatar la credibilidad ante la UE? Si la respuesta se confina a despachos y gabinetes, las calles terminarán por imponer su propia historia. Y eso es justamente lo que pasó: cuando la política fiscal ignora la voz colectiva, la legitimidad se erosiona más rápido que cualquier déficit.

File:2025 Bart De Wever (cropped).jpg - Wikimedia Commons
El primer ministro Bart De Wever durante una conferencia de prensa, serio y bajo presión. Su ultimátum sobre el presupuesto precipitó la fractura política.
Tens of thousands march in Brussels against austerity plans
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