Milei eligió Palermo en el Día de la Bandera y evitó Rosario: ¿gesto político o repliegue táctico?

En una jornada cargada de simbolismo, el presidente Javier Milei decidió encabezar el acto por el Día de la Bandera en el Campo Argentino de Polo, en la Ciudad de Buenos Aires, rompiendo así con la tradición de asistir al Monumento Nacional a la Bandera en Rosario. La elección del lugar no pasó desapercibida y generó múltiples interpretaciones en el escenario político.

En Palermo, Milei presidió la jura de lealtad a la bandera por parte de cadetes y soldados de las Fuerzas Armadas, un acto con fuerte impronta castrense. El jefe de Estado se mostró enérgico al reivindicar el rol del Ejército y cargó contra los sectores políticos que, según sus palabras, “se llenaron la boca hablando de soberanía mientras usaban a las Fuerzas Armadas como chivo expiatorio”. “Hoy cumplo con mi rol de presidente y comandante en jefe”, remarcó, subrayando su voluntad de revalorizar a las fuerzas militares en el marco de una visión liberal del Estado.

Mientras tanto, en Rosario, se celebraba el acto oficial sin la presencia del presidente. Allí, con una chicana sutil pero directa, la vicepresidenta Victoria Villarruel lanzó desde el palco: “No hay otro lugar en la Argentina para estar más que acá”. Una frase que, sin nombrarlo, fue leída por todos como un tiro por elevación a Milei. El gesto no hizo más que alimentar las versiones sobre la tensión latente entre la presidencia y la vicepresidencia. En el fondo, la dupla Milei-Villarruel parece estar unida sólo por conveniencia, pero dividida en ideología, estilo y prioridades.

Desde la Casa Rosada intentaron bajarle el tono a la polémica: argumentaron que Milei no había sido formalmente invitado al acto rosarino y que, además, se priorizó un homenaje con perfil militar, más afín al espíritu que el presidente quiere imprimir a las celebraciones patrias. Sin embargo, en el contexto político actual, con una economía en recesión y una gobernabilidad cuestionada, cada gesto presidencial se lee también en clave de confrontación.

La elección de evitar Rosario tiene, además, un trasfondo particular. No sólo es la cuna de Manuel Belgrano y el lugar emblemático para el Día de la Bandera, sino también un territorio históricamente vinculado al peronismo y al sindicalismo, dos enemigos explícitos del discurso libertario. La ciudad es, además, escenario frecuente de protestas sociales, algo que probablemente el entorno presidencial quiso evitar para evitar imágenes incómodas.

En contraste, el acto en Palermo fue estrictamente controlado. Sin presencia de gobernadores, sin referentes de otros partidos ni multitudes, la ceremonia fue sobria, con estética de desfile y retórica épica. Milei eligió, una vez más, hablarle a su núcleo duro: aquellos que valoran la verticalidad, el orden y el rechazo a las formas tradicionales de la política. La patria, desde esa perspectiva, se celebra en los cuarteles, no en las plazas.

Paradójicamente, muchos libertarios han relativizado el valor de los símbolos nacionales. En el pasado, tanto Milei como otros referentes del espacio –como José Luis Espert o Ramiro Marra– cuestionaron la noción misma de nación o patria, apelando a conceptos de individualismo extremo. Aunque no hubo declaraciones recientes que nieguen directamente el valor de la bandera, en más de una entrevista Milei ha calificado al Estado como “una organización criminal” y a la educación patriótica como “adoctrinamiento estatista”.

Este doble discurso –una exaltación de las Fuerzas Armadas pero una relativización del Estado nacional como institución– genera tensiones incluso dentro del espacio libertario. ¿Qué tipo de país imagina Milei si considera que la patria es una construcción sentimental innecesaria, pero al mismo tiempo glorifica los símbolos militares de ese país? ¿Puede haber ejército sin nación?

En las redes, la polémica se amplificó. Desde sectores kirchneristas, la ausencia en Rosario fue interpretada como un desprecio a la historia nacional y una muestra más de la desconexión del presidente con la identidad popular. Incluso algunos radicales criticaron la decisión, recordando que ningún mandatario había evitado Rosario desde el retorno democrático.

Por su parte, Victoria Villarruel continúa posicionándose como la garante de cierta institucionalidad simbólica, ocupando vacíos que Milei deja abiertos. Su presencia en Rosario, su lenguaje más moderado y sus gestos protocolares la colocan, al menos en la forma, más cerca del perfil de vicepresidentes tradicionales. Aunque nadie lo dice en voz alta, muchos en el Congreso y en el entorno político creen que Villarruel ya juega su propio juego. Y que su relación con Milei está marcada por la tensión contenida.

En definitiva, lo que debió ser una jornada de unión patriótica se convirtió en una postal más de un gobierno fragmentado y de una sociedad que lee los gestos con lupa. Que el presidente elija conmemorar el Día de la Bandera lejos de Rosario y en clave militar, mientras su vicepresidenta lo contradice desde el acto central, dice mucho más que mil palabras. Y obliga a preguntarse: ¿qué bandera jura realmente este gobierno?

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