Por Redacción La Redada

Mientras el dólar oficial sigue anestesiado, el blue no para de escalar y deja en evidencia la falta de confianza en el rumbo económico. La brecha cambiaria se amplía, y los inversores vuelven a apostar por refugios en moneda extranjera. ¿Hasta cuándo se puede sostener esta ficción?
El dólar blue volvió a dispararse este martes y cerró en $1.175, marcando un nuevo salto frente al tipo de cambio oficial, que apenas se movió hasta los $1.160 en el Banco Nación. Aunque la diferencia nominal parezca chica, el mensaje del mercado es fuerte: el sistema no está funcionando.
La brecha cambiaria, esa medida silenciosa de la desconfianza, se estiró otra vez como un elástico viejo. Mientras el gobierno sostiene el dólar oficial a fuerza de controles, cepos y discursos, el paralelo actúa como el termómetro crudo de la incertidumbre. Es ahí donde los inversores, los grandes y también los pequeños, miran para decidir si quedarse o huir.
Lo más llamativo de esta nueva escalada es que no responde a una crisis puntual o un evento internacional grave. No hubo un colapso en Wall Street, ni una guerra nueva, ni una corrida bancaria. Lo que hay es algo peor: una normalidad de expectativas rotas.
Según informes de Ámbito y otros medios financieros, en los últimos días volvieron a aparecer inversores del exterior interesados en contratos a futuro en pesos. No porque crean en el peso, sino porque saben cómo jugar con el riesgo argentino: compran barato lo que después se puede licuar con un par de movimientos del Banco Central. Es la lógica especulativa de siempre, en un escenario de siempre.
El riesgo país no baja, el financiamiento externo no aparece y la inflación sigue cocinando a fuego lento a una clase media cada vez más frágil. Y mientras tanto, el dólar blue se vuelve el protagonista silencioso de cada conversación en la calle, en las ferreterías, en las oficinas públicas y en los pasillos de las universidades.
La ilusión del tipo de cambio oficial
El gobierno, por su parte, sostiene que el tipo de cambio oficial está alineado con su programa económico. Pero en la práctica, ese valor solo sirve para operaciones estatales y para unos pocos privilegiados con acceso a divisas al precio de fantasía. Para el resto —importadores, ahorristas, turistas, comerciantes— el dólar real es otro.
Esta ficción tiene consecuencias. Las empresas que necesitan insumos del exterior se ven obligadas a comprarlos con un dólar más caro, trasladando esos costos a los precios. Los exportadores, que deberían ser beneficiados por una moneda local débil, están atados de manos por las regulaciones. Y el ciudadano común, que apenas puede ahorrar en pesos, ve cómo su sueldo pierde valor real semana tras semana.
¿Y ahora qué?
La suba del dólar blue no es una anécdota ni una conspiración mediática. Es una señal. Una más, dentro de un tablero económico que cruje. El mercado está diciendo que no cree en las promesas, que no hay confianza, y que nadie —ni siquiera los que apuestan a futuro— imagina un horizonte estable.
Es probable que en los próximos días veamos nuevas intervenciones del gobierno, con controles, operativos mediáticos y algún que otro anuncio de maquillaje. Pero lo que no se está resolviendo es la raíz del problema: la falta de un plan económico consistente, creíble y consensuado.
El dólar blue no tiene ideología. No es ni peronista ni liberal. Solo refleja lo que todos piensan pero pocos dicen: que el país se sigue manejando a ciegas y sin red.