Por Valerico Morisi

Los ancianos a través de la historia han sido parte necesaria, a ellos se los respetaba y representaban la autoridad, autoridad que se demostraba por ejemplo en la antigüedad clásica, en la cual tenían la tarea de memorizar grandes epopeyas, que solo podían ser contadas por ellos, ya sea para entretener o como así también para enseñar. Walter Benjamin en Obras “libro II/Vol 1, Experiencia y pobreza” nos dice que: “La riqueza no está en el oro, sino en el esfuerzo”. Esta riqueza de la cual nos habla, no es otra que la experiencia misma, el camino que uno tiene que recorrer, que previamente quien aconseja lo ha atravesado, que a su vez fue recorrido por su antecesor y por el antecesor de este, en un ciclo sin fin, en la que la experiencia se va transmitiendo de mayores a menores. Estos diálogos intergeneracionales tienen cierta autoridad, ya que son transmisiones de conocimiento. Vamos a ilustrar con algunas películas como esta crisis se viene representando en el cine.
Benjamin se pregunta qué fue de todo esto, ya que para él ese diálogo está trunco, es el quiebre de la transmisión de la experiencia. Quiebre producido por el periodo que recorre de 1914 a 1918, la primera gran guerra, con la guerra se quiebra la esperanza, una esperanza de progreso, nos dice Benjamin. Toda esta generación que asiste a las trincheras, muere o vuelve enmudecida, porque jamás vivieron algo parecido, quedan mudos, no pueden transmitir la experiencia porque la única que tienen es la de muerte, la que adquirieron en el combate. El lenguaje se queda conmovido por el trauma de la guerra. El cuerpo humano no encuentra lugar, frágil, en el medio tan hostil que es el campo de batalla. Las experiencias conseguidas en este periodo fueron: […]”las experiencias estratégicas a través de la guerra de trincheras, o las experiencias económicas mediante la inflación; las experiencias corporales por el hambre; las experiencias morales por los que ejercían el gobierno […]. Este quiebre en la experiencia es representado de manera impactante en “Paths of Glory” (1957) de Stanley Kubrick, donde los soldados enfrentan la brutalidad de una guerra sin sentido, atrapados en un conflicto que los despoja de cualquier posibilidad de aprendizaje o transmisión de conocimiento. Asimismo, “Idí i Smotrí” (1985) de Elem Klimov muestra cómo la guerra destruye no solo los cuerpos, sino también la memoria y la identidad, dejando a los sobrevivientes en un estado de alienación total. Provocando que las generaciones siguientes a este caos, quedaran truncas, los mayores no podían transmitir la experiencia, los jóvenes debieron emprender una nueva búsqueda, ya que como nos dice Benjamin: […]” ¿Qué valor tiene toda la cultura cuando la experiencia no nos conecta con ella? ”[…].
De esta forma estamos hablando de una miseria y una pobreza, no solo de orden económico y social, ya que las huellas de las guerras quedaron marcadas mucho tiempo después de que terminaran, sino también una miseria y pobreza de orden simbólico. Los jóvenes debían comenzar de nuevo, debían encontrar un “nuevo esfuerzo”, para ser recompensados con el “oro”. Ese esfuerzo fue sacarse la mochila, una mochila con el peso de toda la historia de la humanidad, de la antigüedad clásica, del renacimiento, quitar toda huella de humanismo, hacer de cuenta que se empieza de nuevo, hacer tabula rasa, crear un nuevo orden. Y provocar una nueva barbarie, no en sentido peyorativo de la palabra. Barbarie en el conocimiento de la tradición, que conoce muy bien su historia, pero que solo es contemplada a un costado, sin que el peso de esta influya, había que empezar de nuevo.

En “La Dolce Vita” (1960) de Federico Fellini, la modernidad se impone como un espectáculo vacío, donde los personajes han perdido la conexión con la tradición y buscan sin éxito un significado en un mundo que ya no los reconoce, y tratano de llenar de significado recipientes vacíos que hacen de símbolos, pero que no logar hacerlo por sus goteras por todos lados. Este sentimiento se repite en “El conformista” (1970) de Bernardo Bertolucci, donde el protagonista intenta adaptarse a un nuevo orden político mientras su pasado y su moral se desmoronan en el proceso sin poder hacer nada para poder cambiarlo.
Uno de los claros ejemplos que ponen de manifiesto este comenzar de nuevo, es entrando a las casas burguesas, atiborradas de recuerdos, cada sector está ocupado por la huella del pasado, de marcas del hombre, esta nueva generación tiene que limpiar todas estas huellas, tiene que despojarse de su historia y habitar un mundo en el que todo el humanismo sea borrado. Por eso es que Benjamin propone una casa de cristal, el cristal es un material en el que no se pueden dejar huellas, no puede marcarse. Pero este no tiene aura, la pérdida del aura es uno de las consecuencias de esta pobreza simbólica. En el cristal no se puede dejar huella de un “aquí y ahora”, como sí se hacía por ejemplo en estas casas llenas de objetos, en el que cada uno de estos marcaba el presente.
Este proceso de vaciamiento se ve claramente en “Playtime” (1967) de Jacques Tati, donde la arquitectura moderna y la tecnología crean un mundo impersonal y deshumanizado, donde la experiencia cotidiana se fragmenta en instantes sin continuidad, únicos e irrepetibles como si no hubiera una causa consecuencia, como si la lógica causal que domina el mundo se hubiese roto.
Con la reproductibilidad técnica que plantea Benjamin, se quiebra la técnica, en el sentido tomado como experiencia, un artesano que le enseña a su hijo de qué forma se puede reparar un reloj, que es único e irrepetible, queda automáticamente obsoleto con la idea de que los relojes se produzcan en serie. Mucho tiene que ver esta pobreza de la experiencia con el sentido aurático que propone, ya que somos una membrana muy frágil que está sometida a un montón de cosas que nuestro aparato nervioso no puede soportar. Y lo que fue determinante para la historia de la humanidad como nos dice Alan Badiou, en una de sus tres formas de ver el siglo, particularmente la que menciona que este es el siglo de las masacres. Badiou nos dice que el siglo es un siglo de antagonismo, de batallas, de la destrucción de lo viejo y el surgimiento de lo nuevo, esto nuevo, es la barbarie que hablamos anteriormente, así también de qué manera esta violencia sustractiva, puede romper con todo un lineamiento del humanismo, violencia sustractiva que se pone en manifiesto por la pérdida de la experiencia.
Es preciso entender que muchas de las luchas que hoy llevan adelante los adultos mayores, por ejemplo en Argentina , tienen que ver con su lugar como jubilados en la vida pública y la lucha por sus derechos, es imperativo que estos no pierdan su voz y que le sumemos una dimensión retórica más. Que cada arruga sea el signo que de un nuevo lenguaje para que nos sensibilice y que nos transmita con más potencia su “testamento oral”. Hay que entender que el conocimiento que nos pueden dar es infinito, basta simplemente ver el rostro de un anciano para que se ponga de manifiesto todas las huellas de la experiencia.
Autor: Valerico Morisi
Publicada en: Peliplat
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