
Con protestas masivas, crisis política, deuda récord y un pueblo harto de ajustes, Francia atraviesa uno de sus momentos más turbulentos en décadas. Las calles se encienden, el gobierno tambalea y la pregunta es inevitable: ¿cómo llegó el país a este punto de quiebre?
La situación actual
Francia explota en septiembre de 2025 con la jornada de movilización “Bloquemos todo” (“Block Everything”), marcada por bloqueos de rutas, huelgas nacionales, enfrentamientos con la policía, quema de barricadas y un rechazo frontal a las medidas económicas de austeridad. París, Lyon y Marsella se convierten en epicentros de la protesta, mientras sindicatos, estudiantes y trabajadores de distintos sectores se suman a un movimiento que ya paraliza gran parte de la vida cotidiana.
El detonante inmediato fue la caída del gobierno de François Bayrou, que perdió una moción de confianza en la Asamblea Nacional tras proponer recortes drásticos para contener un déficit que supera el 114 % del PIB. Entre las medidas figuraban la eliminación de feriados nacionales, la congelación de pensiones y recortes de hasta 44 mil millones de euros en servicios públicos.
El nuevo Primer Ministro, Sébastien Lecornu —el cuarto en menos de un año—, no logra calmar la tensión. Para amplios sectores de la sociedad, su figura representa la continuidad de políticas impopulares. Mientras tanto, Emmanuel Macron, debilitado políticamente y con un Parlamento fragmentado, se enfrenta a la imposibilidad de tejer alianzas estables. El vacío de poder es evidente: sin consenso político y con la popularidad presidencial en caída libre, la calle se transforma en el escenario principal.
El polvorín detrás del estallido
Lo que ocurre hoy no es un hecho aislado, sino el resultado de un proceso de largo aliento. Francia arrastra cinco factores clave que explican la magnitud de la crisis:
- Una tradición de protesta combativa
Desde la toma de la Bastilla en 1789, la movilización callejera forma parte del ADN francés. Huelgas, revueltas estudiantiles y manifestaciones contra reformas laborales o de pensiones son hitos recurrentes. El movimiento de los chalecos amarillos en 2018 marcó un quiebre: mostró la rabia de una Francia rural y de clase media que percibía a Macron desconectado de sus problemas. - Crisis económica e inflación persistente
La pandemia, la crisis energética y el alza de precios dejaron cicatrices profundas. La pérdida de poder adquisitivo y el encarecimiento de la vida generan un malestar transversal. - El peso de la deuda y la presión externa
Con un gasto social que consume más de la mitad del presupuesto, el “modelo social francés” se vuelve difícil de sostener. Su financiación disparó la deuda por encima del 110 % del PIB, y la Unión Europea exige ajustes severos. Esto alimenta la percepción de que las recetas se deciden fuera del país. - Fragmentación política e institucional
La disolución de la Asamblea en 2024 no fortaleció al oficialismo: produjo un Parlamento atomizado, sin mayorías claras. La sucesión de primeros ministros refleja la debilidad de un sistema que no logra estabilidad. - Desafíos sociales acumulados
Brechas urbanas y rurales, desigualdad, desconfianza en la clase política, temor al futuro climático y tecnológico: todo esto alimenta la idea de que siempre son los mismos sectores quienes pagan la crisis.
El ciclo ajuste-protesta
Cada intento de reforma en Francia tropieza con una resistencia social feroz. El Estado de bienestar, orgullo nacional por décadas, se percibe amenazado. Los recortes a pensiones, salud o empleo despiertan la sensación de que se desmantela un pacto social histórico.
Hoy, los manifestantes no solo rechazan un paquete de medidas puntuales: canalizan años de frustración acumulada. La protesta se descentraliza, se organiza en redes sociales y se nutre tanto de sindicatos tradicionales como de ciudadanos que no solían movilizarse. La consigna es clara: no más sacrificios impuestos desde arriba.
Una tormenta perfecta
El resultado es un país en ebullición, con un gobierno sin rumbo y una ciudadanía que recurre a su recurso histórico: la calle. La combinación de crisis económica, fragmentación política y malestar social conforma una verdadera tormenta perfecta.
Las próximos semanas serán decisivos: si el Ejecutivo no logra recomponer un mínimo de confianza, Francia corre el riesgo de entrar en una espiral de caos difícil de revertir. La cuna de la Revolución vuelve a ser escenario de una lucha abierta entre Estado y pueblo.
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