El gobernador de California, Gavin Newsom, se le para de manos al brabucón de Washington

La propuesta de enviar tropas a esa ciudad de California generó un nuevo enfrentamiento entre el gobernador demócrata y el presidente de Estados Unidos

La tensión entre California y Washington alcanzó un nuevo punto álgido luego de que el gobernador Gavin Newsom sugiriera que el estado podría retener parte de los impuestos federales si la administración de Donald Trump decide recortar fondos. La propuesta, audaz y simbólica a la vez, busca exponer una realidad que hace tiempo incomoda a los californianos: el estado más poblado y productivo del país aporta mucho más de lo que recibe.

Todo comenzó con un tuit que agitó el tablero político. “Californians pay the bills for the federal government. We pay over $80 billion more in taxes than we get back. Maybe it’s time to cut that off, @realDonaldTrump”, escribió Newsom en su cuenta de X (antes Twitter).

“Los californianos pagan las cuentas del gobierno federal. Pagamos más de 80 mil millones de dólares en impuestos de lo que recibimos a cambio. Tal vez sea hora de cortar con eso, @realDonaldTrump”, escribió Newsom en su cuenta de X (antes Twitter).

Esa frase no solo encendió un debate nacional, sino que planteó una pregunta de fondo: ¿hasta qué punto un estado puede soportar el peso de un gobierno federal que lo penaliza por razones ideológicas?

El equipo del gobernador aclaró más tarde que no se trataba de un llamado a la desobediencia fiscal ciudadana, sino de una advertencia política. California está evaluando opciones legales para preservar su autonomía frente a decisiones represivas que afecten su economía, sus universidades o sus servicios esenciales. La cifra de los 80 mil millones no es arbitraria: según un estudio del Rockefeller Institute, en el año fiscal 2022 California aportó esa diferencia al gobierno federal en comparación con lo que obtuvo de vuelta.

Ese asimétrico balance revela el corazón del planteo: si California sostiene buena parte del aparato económico del país, no puede ser tratada como un Estado subordinado sin voz. Cada dólar que envía a Washington se disemina en programas nacionales; California pide reciprocidad, no sumisión.

El enfrentamiento se intensificó cuando Trump reiteró su intención de desplegar tropas de la Guardia Nacional en San Francisco, alegando altos índices de criminalidad en la ciudad. Ante esto, Newsom respondió con firmeza: “Si Donald Trump nos invade nuevamente, California lo demandará de inmediato”, escribió en X. El gobernador subrayó que el despliegue carece de justificación legal y que constituiría un ataque directo al Estado de derecho, recordando que la federalización de la Guardia Nacional solo puede ocurrir en casos de conflicto interno o peligro para el orden público, condiciones que actualmente no se registran.

El fiscal general de California, Rob Bonta, respaldó al gobernador, señalando que la administración federal no tiene fundamentos para intervenir: “No hay emergencia. No hay rebelión. No hay invasión. Ni siquiera disturbios”, afirmó. Además, destacó que San Francisco ha logrado mejorar sus niveles de seguridad mediante la cooperación entre agencias estatales y municipales, incluyendo más de 200 detenciones y la recuperación de vehículos y armas ilegales, lo que refuerza la postura de que la movilización de tropas tendría fines políticos más que de seguridad pública.

Desde el gobierno federal, la reacción fue inmediata. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, calificó la propuesta como una “amenaza de evasión fiscal criminal”, mientras voceros de la Casa Blanca la descartaron como una idea descabellada. En Sacramento, legisladores y liderazgos estatales saltaron en defensa del planteo. Argumentaron que usar decisiones presupuestarias para castigar diferencias políticas es un agravio al principio mismo del federalismo.

Más allá de su factibilidad legal, la jugada de Newsom logró reposicionar a California como contrapoder frente a la retórica autoritaria de Trump. Si el expresidente había logrado imponer su estilo confrontativo en el escenario nacional, Newsom le respondió desde la calma institucional pero con firmeza política. En el fondo, no se trata de un cálculo contable, sino de un gesto moral: el estado que más aporta al país exige un trato justo, y está dispuesto a marcarlo.

La tensión revela también una diferencia de temperamento. Trump, desde sus inicios públicos, ha preferido el camino del músculo verbal: dominar al otro con la intimidación, burlarse del adversario, ridiculizarlo. Siempre actuó como un niño mimado y caprichoso, es el Dudley Dursley de la política y los negocios. Siempre fue el clásico “malo del barrio”: fuerte, provocador, decidido a aplastar al más débil. Pero cuando alguien se le planta frente, lo mira a los ojos, y le devuelve un golpe —aunque no sea literal—, pierde su ventaja simbólica. Newsom emergió como ese oponente.

El contexto no es menor. Trump llega a este momento enfrentando acusaciones legales múltiples, desgaste mediático y una movilización social creciente: la marcha masiva del mes pasado contra su regreso al poder dejó una marca. En ese escenario, tiene que cuidar cada movimiento; ya no puede amedrentar con impunidad. Mientras tanto, Newsom avanza con su propia carrera presidencial: argumentos, estrategia y efectividad, no solo gritos y espectáculos.

Toda buena aseveración es un poco de audacia, futurología, información y suerte; creemos que de la pelea entre Trump y Newsom se dirimirá la geopolítica mundial, con un Trump ridiculizado y un Newsom subiendo en las encuestas. Será cuestión de tiempo para usar esa imagen y encaminarse a la Casa Blanca. ¿Nuestra aseveración? Gavin Newsom será el próximo presidente de Estados Unidos.

Fernando Chinellato
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Profesor de música y estudiante de Filosofía. Creador de La Redada Diario.

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