
Durante años el fútbol convivió con una idea romántica: el cabezazo “bien dado” no hacía daño si no había conmoción. La evidencia más reciente dice otra cosa. Un estudio publicado el 18 de septiembre de 2025 en JAMA Network Open mapeó con técnicas de resonancia avanzadas el punto exacto donde los impactos repetidos alteran el tejido cerebral y, además, vinculó esos cambios con un peor rendimiento en memoria verbal. No hablamos de profesionales de élite: fueron 352 futbolistas amateurs, adultos, que reportaron su cantidad de cabezazos en un año. A mayor exposición, más alterada aparecía la transición microestructural entre sustancia gris y blanca en la corteza orbitofrontal —zona clave para la toma de decisiones— y peor les fue en una prueba simple de aprendizaje de palabras. JAMA Network
El trabajo, liderado por Michael Lipton y colegas (Einstein–Columbia), identificó un marcador fino: una “atenuación” de lo que debería ser un corte nítido entre gris y blanca (medida como pendiente de anisotropía fraccional) justo bajo los surcos de la corteza, detrás de la frente. Ese biomarcador medió la asociación entre cantidad de cabezazos y peor desempeño en la tarea International Shopping List, que evalúa memoria verbal inmediata. O sea: no solo hay correlación entre cabecear mucho y rendir peor; el cambio en el tejido orbitofrontal parece ser la vía por la cual se produce ese efecto. JAMA Network
La propia Universidad de Columbia lo explicó claro: quienes más cabecearon —más de 1.000 veces al año— mostraron un daño microestructural mayor en esa interfase gris-blanca de la corteza orbitofrontal; los cambios en regiones más profundas fueron menores. El estudio también incluyó un grupo de 77 atletas “no contacto” como referencia. Todo el grupo rindió test cognitivos, y el patrón fue consistente: el problema está en la “capa fina” donde la corteza se pliega. Centro Médico de la Universidad de Columbia
Medios científicos internacionales sintetizaron el hallazgo en una frase incómoda: los cabezazos dañan el cerebro incluso sin conmociones. No es metáfora: el estudio es el más grande de su tipo y refuerza una línea acumulativa de trabajos que desde hace años vienen detectando cambios medibles tras impactos “subconmocionales”. ScienceAlert
¿Y los menores? La pregunta importa porque millones de chicos y chicas entrenan con rutinas que naturalizan el cabezazo. En Estados Unidos, tras limitar el cabeceo en divisiones formativas, un análisis epidemiológico halló una reducción relativa del 25,6% de las conmociones como proporción de las lesiones de fútbol que llegaron a guardias, al comparar 2020–2023 con 2012–2015. Traducción: las reglas cambian y la curva de golpes fuertes baja. No prueba causalidad perfecta, pero es un dato de política pública difícil de ignorar. Academia Americana de Ortopedia
El antecedente argentino 🇦🇷
En 2022, la Asociación Rosarina de Fútbol dio un paso inédito al prohibir los cabezazos en partidos de fútbol infantil (categorías hasta 11 años). La medida, publicada en medios nacionales como Página/12, se justificó en la necesidad de proteger a los más chicos de impactos repetidos en la cabeza, en línea con recomendaciones de la FIFA y asociaciones médicas internacionales.
La decisión generó polémica. Algunos clubes y entrenadores la criticaron porque —decían— “se desnaturaliza el fútbol” o se pierde la enseñanza temprana de la técnica de cabeceo. Otros, en cambio, apoyaron la iniciativa y remarcaron que ya se entrenaba menos esa jugada en categorías menores. Los dirigentes de la liga local defendieron la resolución como un paso sanitario: “No se trata de cambiar el deporte, sino de cuidar a los chicos en una etapa vulnerable”.
En la práctica, los árbitros comenzaron a cobrar tiro libre indirecto cada vez que un nene de esas categorías intentaba cabecear la pelota. El antecedente fue pionero en Argentina y hoy, a la luz de los nuevos estudios internacionales, aparece como un anticipo que marcó el rumbo de una discusión global.
El mundo profesional también está en litigio. En Reino Unido, una demanda colectiva de exfutbolistas y familias de jugadores fallecidos con encefalopatía traumática crónica (ETC) sostiene que “no hay un número seguro” de cabezazos. Más allá del resultado judicial, la frase refleja un cambio cultural: se discute la responsabilidad de las organizaciones por no haber advertido con suficiente antelación sobre riesgos que la ciencia viene documentando desde hace décadas. The Guardian
Vayamos a lo finito del paper de JAMA:
- Diseño: estudio transversal con imágenes de difusión de alta resolución y modelado de microestructura en lóbulos corticales, focalizando la interfase gris-blanca orbitofrontal.
- Exposición: conteo auto-reportado de cabezazos en 12 meses (mediana por cuartiles: 104, 486, 1.147 y 3.133, con un rango extremo que superó los 20 mil).
- Resultado: peor “nitidez” de esa interfase (slope de anisotropía fraccional) con más cabezazos, y ese cambio medió el descenso en memoria verbal (International Shopping List).
- Conmociones: el efecto se observó aunque muchos participantes no reportaron conmociones; justamente ahí está el punto de la “subconmoción” repetida. JAMA Network
¿Por qué la orbitofrontal? Porque es una zona sometida a tensiones de corte en cada aceleración-desaceleración, especialmente en los “valles” de la corteza (sulcos) donde las diferencias de densidad entre gris y blanca hacen más vulnerable la microarquitectura. Esa vulnerabilidad anatómica encaja con la fisiología del cabezazo: impacto breve, sin pérdida de conocimiento, pero con fuerzas repetitivas que, a la larga, dejan huella. Centro Médico de la Universidad de Columbia
¿Y ahora qué? Tres líneas prácticas:
- Formativas: retrasar el entrenamiento sistemático del cabezazo, disminuir su frecuencia en prácticas y reforzar técnica y musculatura cervical. La evidencia de reducción de conmociones tras cambios normativos en juveniles habilita a actuar ya. Academia Americana de Ortopedia
- Protocolos: no basta con “salir si te mareás”. Se necesitan guías que contemplen carga acumulada de impactos, no solo las conmociones visibles. Monitoreo de la exposición anual (un simple registro de cabezazos por semana) puede ser el nuevo “minutero” del DT. JAMA Network+1
- Comunicación honesta: el fútbol no “se prohíbe”; se cuida. Si un defensor campeón del mundo como Raphaël Varane ya advierte públicamente sobre los efectos del cabeceo en su propio cuerpo e impulsa a que se eduque mejor a los chicos, el vestuario también está diciendo basta a la vieja cultura del aguante. Reuters
La ciencia no sentencia que jugar al fútbol sea peligroso por definición; señala que repetir pequeños golpes en la cabeza deja marcas medibles y, con el tiempo, puede impactar funciones cognitivas. Entre negar y dramatizar, hay un camino responsable: medir, reducir exposición innecesaria y adaptar reglas y entrenamientos, sobre todo en edades tempranas. Si el mejor pase es el que cuida a los tuyos, el fútbol del futuro tendrá que aprender a cabecear menos y pensar más. JAMA Network+2ScienceAlert+2
Fuentes clave: estudio original en JAMA Network Open (18/09/2025) y comunicados/recaps de Columbia, ScienceAlert y AAOS; antecedente legal en Reino Unido sobre riesgos del cabeceo. The Guardian+4JAMA Network+4Centro Médico de la Universidad de Columbia+4