
Más que un acto formal, fue un reconocimiento al sacrificio silencioso de cientos de hombres y mujeres que dejaron atrás familia y ciudad para sostener la soberanía en los confines blancos del planeta.

Un homenaje entre diplomas y memorias
El 26 de septiembre de 2025, el Auditorio de la Legislatura de Mendoza se tiñó de emoción. Allí, en el edificio Margarita Malharro de Torres, se desarrolló un acto de reconocimiento al personal de las Fuerzas Armadas y civil que prestó servicios en las bases antárticas argentinas.
La iniciativa, impulsada por el diputado Gustavo Cairo (LLA) y acompañada por Enrique Thomas (PRO Libertad), Raúl Villach (UCR) y Alberto López (UCR), quedó plasmada en la Resolución 366/25. El texto no solo distingue a quienes participaron de la campaña de verano 2024/2025 y a los que aún resisten el invierno antártico, sino que también otorga un reconocimiento post mortem a los tres tripulantes del helicóptero Bell 212 AE 451 del Ejército Argentino, caídos en 1977 durante una misión de rescate.
El legislador Cairo recordó que “Argentina ya tiene 13 bases y una política de Estado ininterrumpida”, subrayando que esa continuidad es lo que mantiene vivo el Tratado Antártico y la presencia nacional en el continente blanco.

¿Por qué también reconocieron a veteranos como Antonio?
Si bien la Resolución 366/25 menciona explícitamente a integrantes de la campaña 2024/2025 (verano e invierno), el acto que la Legislatura realiza junto con la Agrupación Antárticos Mendoza tiene un alcance más amplio. Desde 2010, cada ceremonia incorpora también a expedicionarios de campañas anteriores —incluidos veteranos y reconocimientos post mortem— para sostener una política provincial de memoria y gratitud hacia todos los antárticos. Por eso, en la misma jornada se distinguieron tanto a integrantes de la campaña actual como a quienes sirvieron en décadas pasadas.
El sacrificio detrás de cada misión
Más allá de la ceremonia, cada diploma entregado guarda una historia personal. La vida en la Antártida no se mide en protocolos ni en cifras: se mide en silencios, en ausencias, en noches largas sin noticias.
Hoy, con internet satelital, WhatsApp o videollamadas intermitentes, la distancia parece menor, aunque el aislamiento sigue siendo real. Pero en los años 80 y 90 —cuando muchos jóvenes, como Antonio Domínguez, decidieron embarcarse hacia el sur— la situación era otra: llamadas breves cuando el clima lo permitía, comunicaciones que se cortaban de golpe, familias enteras viviendo la espera como una prueba de resistencia.

La historia de Antonio y Sandra
Antonio Domínguez viajó varias veces a la Antártida en los años 80, cuando la distancia era prácticamente un muro infranqueable. Su esposa, Sandra, esperaba durante meses el retorno. Fueron sacrificios de ambos —y luego también de sus hijos— por la Patria, por la familia, por el porvenir.
No había WhatsApp, ni correos electrónicos, ni videollamadas. Las comunicaciones eran esporádicas: a veces una breve charla radial, otras veces cartas que llegaban con semanas o meses de demora en algún avión o barco de relevo, y otras simplemente no llegaban. La espera, tanto para él como para Sandra, se volvió parte de la rutina.
En la base, Antonio —como los pocos que allí llegaban en expediciones científicas o militares— encontraba refugio en las rutinas mínimas: un mate compartido, una charla breve antes de dormir. Afuera, la noche polar y el viento interminable recordaban lo lejos que estaba de todo. Para Sandra, cada día sin noticias era un recordatorio de ese sacrificio silencioso que compartían.
Allí nacieron amistades perdurables. Esa experiencia, repetida por cientos de hombres y mujeres, es la que hoy se honra cuando se entrega un diploma o una medalla: no solo el trabajo científico o logístico, sino también el desarraigo humano que sostuvo la presencia argentina en el confín blanco del planeta.
Comunicar soberanía desde el hielo

Argentina fue pionera en instalar una base permanente en 1904. Desde entonces, mantener presencia no fue solo un proyecto científico, sino también una afirmación política: estar allí, aun en soledad, era gritar al mundo que ese pedazo de hielo también tiene voz argentina.
Por eso, los homenajes en Mendoza no fueron un gesto retórico. Como dijo Carlos Ariel García, fundador de la agrupación Antárticos Mendoza: “Hoy van a recibir lo que merecen, lo que ustedes escribieron en la página diaria de la historia fantástica argentina”.
En esa frase se condensa la paradoja: héroes silenciosos que rara vez aparecen en los titulares, pero que garantizan que la bandera flamee también en el sur más inhóspito.
Memoria y futuro

La ceremonia concluyó con la entrega de obsequios a Cairo y a García, como símbolo de gratitud. Pero lo más valioso que quedó flotando en el aire fue la certeza de que la Antártida no es un recuerdo romántico ni un lujo científico: es una causa nacional, sostenida por generaciones de expedicionarios que soportaron la soledad, la distancia y hasta la muerte.
En palabras de un uniformado retirado que tomó la palabra: “Solo muere aquel que es olvidado”.
Ese día, en Mendoza, los antárticos volvieron a ser recordados.
Una nota personal
No es un dato menor que entre los distinguidos estuvo mi propio tío, Antonio Domínguez. Su nombre en la lista nos recuerda que detrás de cada diploma hay familias enteras que alguna vez soportaron la distancia y el silencio. Por eso este homenaje nos toca de cerca y nos llena de orgullo.



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