A pocos días de iniciado su pontificado, el Papa León XIV ofreció su primer discurso político ante el cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede. Aunque la intervención abordó temas amplios como la paz, la dignidad humana y la migración, una frase en particular encendió alarmas entre quienes veían en la Iglesia católica un camino creciente hacia la inclusión: “La familia está fundada en la unión estable entre el hombre y la mujer”.

La afirmación, pronunciada con claridad y sin matices, marcó una diferencia notable con respecto al enfoque pastoral del Papa Francisco, quien durante su mandato había impulsado una apertura progresiva hacia las diversidades familiares y afectivas, incluso permitiendo en algunos casos la bendición de parejas del mismo sexo. En contraste, León XIV eligió reafirmar el modelo tradicional, sin mencionar siquiera otras realidades familiares existentes.
Este gesto no pasó desapercibido. En sectores eclesiales y civiles, crece la inquietud ante la posibilidad de que la Iglesia retroceda en los avances hacia una mayor inclusión. Si bien es cierto que todo nuevo pontífice necesita tiempo para perfilar su rumbo, no deja de ser llamativo que su primera gran intervención pública haya optado por reforzar una concepción exclusiva de la familia, obviando las complejidades y transformaciones sociales de nuestro tiempo.
No se trata de exigir cambios doctrinales inmediatos, ni de ignorar la tradición milenaria de la Iglesia. Se trata, más bien, de sostener el espíritu de diálogo, escucha y compasión que caracterizó a Francisco, y que permitió que muchos fieles —hasta entonces alejados o marginados— volvieran a sentirse parte del cuerpo eclesial.
El Papa León XIV también habló de dignidad, de paz y de la protección de los más vulnerables. En esos tramos, su discurso encontró resonancia con la doctrina social de la Iglesia y con los valores universales compartidos. Sin embargo, preocupa que ese mismo respeto a la dignidad humana no haya alcanzado, en sus palabras, a todas las configuraciones familiares ni a todas las formas de amor.

Es posible que en el futuro el Papa amplíe su mirada, matice sus posiciones o abra nuevas puertas. Por ahora, lo que ha dejado ver es un perfil más clásico y menos permeable a los signos de los tiempos. Y si bien no es justo juzgar un pontificado por una sola frase, tampoco es ingenuo advertir que los símbolos —y las omisiones— también construyen política eclesial.
En tiempos en los que amplios sectores reclaman una Iglesia que escuche, acompañe y abrace sin condiciones, la señal enviada por León XIV parece mirar hacia atrás. Ojalá no sea un cierre, sino apenas un punto de partida desde el cual todavía se pueda avanzar.