
En survival Family, una gigante llamarada solar genera un apagón mundial, una familia de Tokio huye de la ciudad. El destino, la casa de familiares en Kagoshima, en la otra punta de Japón. Padre, madre y dos hijos adolescentes deberán reiniciar su forma de vivir. La película permanentemente habita la dualidad, campo y ciudad, naturaleza y conexión, encontrarse y perderse. Una entretenida y profunda historia que nos muestra a qué debemos aferrarnos si la vida como la conocemos desaparece o mejor dicho se apaga.
Decía Heidegger que aquello que funciona desaparece, lo dejamos de lado y nos olvidamos que existe hasta que deja de funcionar. Allí lo notamos. Al mejor estilo de Saramago hace falta dejar de ver para ver. Por ejemplo, si tenemos una heladera que funciona, aún ruidosa, desaparece, no la notamos. La notamos cuando se rompe, ese silencio de la heladera rota es más ruidoso que cuando funcionaba.
El filme Survival Family nos hace notar ese silencio de repente y sin previo aviso. ¿Acaso la película va del cliché que dice ‘desconectarse para conectarse con lo importante’? un poco sí, pero bastante más también.
Un mundo sin energía es la base de la historia del filme Survival Family de 2017 dirigida por Shinobu Yaguchi, director y guionista japonés que ha hecho de las historias con un trasfondo del camino del héroe, su firma. Lugar que ahora ocupará una familia japonesa.
La película nos muestra como una familia normal y corriente, enfrenta un apagón energético global. En ese mundo catalogado al extremo, en donde cada persona tiene un sitio que ocupar, las jerarquías se rompen. Dando lugar a un sinsentido que rápidamente deberá ser asimilado, ya que la supervivencia depende de ello.
Esta familia normal, en un barrio normal, un día normal se enfrenta a algo impensado. Tokio sin luz. Si nos preguntamos cómo funciona tan bien un disparador tan simple, sólo basta con mirar a nuestro alrededor, la humanidad se ha acostumbrado a tener las cosas a la mano. La cerveza fría que nos espera en la heladera, un mail, el WhatsApp de un amigo, una noche de cine, etc., son cosas que damos por sentado, pero que en la película se esfuman. Nadie muere por un mail que no llega, pero si por no beber agua.
La morada arriba y los ascensores muertos hace que cada piso se transforme en una montaña donde el viaje se torna fatigoso. Agua que no sube por bombas que no funcionan, empieza a ser el primer problema serio que deberán enfrentar.
¿Qué hace la tribu? Se organiza, pero cuando las cosas escasean, se divide en tribus más pequeñas, una sociedad dividida en su mínima expresión: La familia. Los problemas de la ciudad exceden lo colectivo y todo se torna desesperante. La supervivencia se hace urgente. ¿Qué hacer? Confiar en los míos. Espalda con espalda se prepara la familia.
Yaguchi no es inocente, en un momento crítico como el que nos muestra en la película, la única forma de sobrevivir es hacer un muro invisible entre los míos y los demás. Tenemos que viajar livianos si queremos sobrevivir. ¿Es esa la única forma? Parece que no, pero es interesante dejarse llevar por el director. Nos cuenta una historia simple que lleva magistralmente a pensar el ser humano y su naturaleza.
Hay más formas de enfrentar la adversidad, pero la película funciona tan bien, que nos dejamos llevar y ver qué sucede. Desde hace mucho, la filosofía se pregunta si nacemos buenos, malos o las circunstancias nos vuelven lo que somos. Esta película, quizá también va por ahí. El héroe se hace con las circunstancias.
La película excede la pantalla, y nos hace sentir hambre, angustia, cansancio. Como cuando vemos esas largas maratones por la tele y aún sentados en un sillón, sentimos tirones en las piernas. Esta película es un tirón en la garganta.
Esta sociedad que rápidamente debe comprender su nueva realidad, comienza a volverse cada vez más violenta, o mejor dicho, los contratos sociales van cayendo como un dominó.
La película retrata de manera tragicómica la sociedad japonesa que hace culto de la responsabilidad y la jerarquía. Una sociedad que está alienada bajo la figura del trabajo.
Una escena memorable es cuando discuten con miedo por no lograr entrar a la oficina y derriban las puertas, sólo para estar sentados en sus oficinas. Sin hacer nada, pues no hay energía.
Japón es un lugar en donde la familia tiene una gran importancia. Al menos en lo que se intenta mostrar. Ya el maestro Ozu nos habló de esa hipocresía cuando Shukichi y Tomi Hirayama, visitan a sus hijos en Tokio esperando el cariño de sus hijos adultos, pero encontrando la indiferencia. El individualismo y las tradiciones familiares se contraponen y como en el Sumo (para abusar de las metáforas japonesas) alguien queda fuera de la arena.
Yaguchi no es Ozu, pero se nota que la manta del maestro ha cobijado el cine irremediablemente con sus temáticas, que por momentos, aborda esta película, la simplicidad, la sinceridad, la humanidad puesta a prueba, la nostalgia y el tiempo.
La película en el fondo nos quiere mostrar la necesidad inminente de volver a la naturaleza. Esa electricidad que desaparece hace las veces de ese personaje que en el camino del héroe lo encamina y le muestra el lugar.
El personaje necesario para afrontar la realidad es la electricidad que se va y así, sólo así, descubrimos como nuevo algo que siempre estuvo allí: al otro que nos rodea, encontrando así la familia. Hay personas detrás del celular y la indiferencia.
En definitiva, Yaguchi quiere que volvamos al hábito de mirarnos a los ojos y pensarnos como sociedad más que como individualidades, de eso quizá, trata esta película. Lo hace bien o mal, será cuestión de adentrarse en ella y ver si nos convence. Sólo hablo de cuál es la búsqueda de Yaguchi. ¿Qué haría un insecto obnubilado con la luz si esta se apaga para siempre? Sin esa distracción, ¿Llegará el momento en que se preguntará sobre sí mismo?
Fernando Chinellato