Por Redacción La Redada
El Gobierno argentino anunció que, mediante un decreto, reducirá las horas de descanso y los días de vacaciones de los pilotos. La medida, inspirada en la normativa de la Administración Federal de Aviación de EE.UU., disminuirá las vacaciones anuales de 40 a 15 días. Además, ajustará las horas de descanso semanales de 36 a 30. Esta decisión busca alinear la legislación local con estándares internacionales y reducir la necesidad de más tripulaciones. Sin embargo, se anticipa que generará tensiones con los gremios aeronáuticos y posibles acciones judiciales .

A nivel internacional, la fatiga ha sido identificada como un factor en varios accidentes aéreos. En 2009, el vuelo 3407 de Colgan Air se estrelló cerca de Buffalo, Nueva York, debido en parte a que los pilotos estaban fatigados tras largos trayectos y falta de descanso adecuado. En 2024, en Indonesia, dos pilotos se quedaron dormidos en pleno vuelo con 153 pasajeros a bordo; afortunadamente, el avión aterrizó sin incidentes, pero el hecho resaltó los riesgos asociados al cansancio.
Fatiga, desregulación y tragedias evitables: las lecciones que no aprendimos desde LAPA

El 31 de agosto de 1999, el vuelo 3142 de LAPA no logró despegar del Aeroparque Jorge Newbery. El avión cruzó la avenida Costanera y se estrelló contra una planta de gas, dejando 65 muertos. Las imágenes aún hoy estremecen. La investigación reveló una cadena de errores humanos, técnicos y organizacionales. Uno de los datos más inquietantes: el piloto acumulaba 70 días de vacaciones sin tomar. Fatiga crónica, alarmas ignoradas, controles deficientes. Todo eso en un país que había privatizado y desregulado el sistema aéreo en nombre de la eficiencia.
Durante el menemismo, la política del “ramal que para, ramal que cierra” no solo afectó a los trenes. La aviación comercial fue entregada a operadores privados sin controles reales. La Fuerza Aérea, que debía fiscalizar, brilló por su ausencia. Empresas como LAPA crecieron sin cultura de seguridad, mientras los sindicatos denunciaban jornadas abusivas y condiciones precarias. El resultado fue una tragedia evitable.
Los años 90 fueron un gran sinsentido. Este 2025 no tiene nada que envidiarle a la época del “deme dos” y de la pizza con champagne. Mucho de lo que sucedió por aquellos años explica empresas vaciadas con las que aún hoy, casi 30 años después, seguimos lidiando para reflotar. Privatizaciones express, funcionarios devenidos en CEOs y un Estado que aplaudía su propia desaparición sentaron las bases de un modelo que todavía muestra sus escombros.
¿Se aprendió algo? No mucho.
En febrero de 2023, un micro desbarrancó en Brasil con cinco argentinos muertos. Se sospecha que el conductor se durmió. En 2015, en Tucumán, otro chofer de micro se quedó dormido y embistió ocho autos. En el mundo, los casos se multiplican: el accidente de Colgan Air en EE.UU., el vuelo de Batik Air en Indonesia donde ambos pilotos se quedaron dormidos… y la lista sigue.
El denominador común: fatiga. Una amenaza silenciosa, difícil de medir, pero brutal en sus consecuencias.

En Argentina, los recortes presupuestarios recientes amenazan con volver a modelos de los ’90. Se habla de reducir licencias, ajustar presupuestos en transporte y flexibilizar normas laborales. Todo en nombre del ahorro. Pero la historia muestra que el ahorro en descanso se paga en vidas humanas.
La fatiga afecta la concentración, el tiempo de reacción y la capacidad de tomar decisiones bajo presión. En trabajos críticos —pilotos, conductores, médicos, policías— el descanso no es un lujo. Es una medida de seguridad.
Los manuales de aviación lo dicen claro: “un piloto descansado vale más que un avión nuevo”. Sin embargo, si el Estado deja de controlar, si las empresas solo miran la rentabilidad, si los trabajadores no pueden decir “no doy más” sin perder su puesto, lo inevitable se vuelve estadística.

La tragedia de LAPA no fue solo culpa de un piloto, sino de un sistema que priorizó la lógica del mercado sobre la del cuidado. El resultado: 65 muertos, y una sentencia que tardó más de diez años.
Hoy, mientras se discuten reformas laborales, cierres de organismos y flexibilización de controles, conviene volver a mirar esas fotos del avión partido sobre la Costanera. Y preguntarse si, otra vez, no estamos repitiendo el mismo camino con otro nombre.