Trabajos e inteligencia artificial: ¿estamos en el horno?

Por Redacción La Redada

Cambia todo cambia… La IA ya está en la oficina, en las aulas y en las búsquedas laborales. Cambia todo: lo que se valora, lo que se enseña y lo que desaparece. Mientras algunos se reinventan, otros se quedan sin silla en el juego. Habemos varios que ya empezamos a oler a humo.

La inteligencia artificial ya no es futuro: es presente. Desde el aula hasta la oficina, redefine qué habilidades valen y cuáles se vuelven obsoletas. ¿Qué profesiones sobreviven? ¿Qué saberes importan? En el nuevo mundo laboral, adaptarse es la clave. La pregunta es: ¿quién enseña a adaptarse?

Hasta hace poco, hablar de inteligencia artificial en el trabajo era hablar de ciencia ficción. Hoy, es hablar de supervivencia. Los avances en IA están reescribiendo el mapa de las habilidades necesarias para conseguir empleo, y ya no se trata solo de saber programar. El cambio es más profundo: se trata de pensar distinto, aprender distinto, trabajar distinto.

Durante las últimas semanas, diversas notas y estudios comenzaron a identificar un patrón: las empresas no solo buscan personas que “sepan de IA”, sino que piensen con IA. El cambio de paradigma es evidente: ya no se valoran tanto las tareas técnicas repetitivas, sino la capacidad de interpretar, dialogar, resolver, improvisar. Las llamadas “habilidades blandas” ya no son blandas: son esenciales.

Un ejemplo concreto lo da la educación. Un reciente informe titulado “La IA no va a reemplazar a los profesores, los va a ayudar” afirma que el rol del docente cambia radicalmente: pasa de ser fuente de conocimiento a facilitador de pensamiento crítico y guía frente a un océano de información generada por máquinas. La IA puede explicar el teorema de Pitágoras en mil versiones distintas, pero no puede enseñar por qué es importante.

Lo mismo ocurre en las oficinas: quienes dominan herramientas como ChatGPT, Gemini o Copilot no necesariamente son los que mejor las entienden técnicamente, sino los que aprenden a pedir, a ajustar, a evaluar resultados. Se impone una nueva habilidad: la de conversar con máquinas con precisión, sin perder autonomía ni criterio.

Pero el discurso de la “transformación positiva” no puede tapar una realidad más incómoda: miles de trabajos ya están siendo desplazados, y no todos los trabajadores tienen las condiciones para reconvertirse. Las promesas de “nuevas oportunidades” suenan huecas si no hay políticas activas que las acompañen. En América Latina, donde la informalidad y la precarización son moneda corriente, la ola tecnológica puede agrandar aún más la brecha entre los que tienen y los que quedan fuera.

La paradoja es evidente: la IA democratiza el acceso a información, pero puede concentrar aún más el poder económico y cognitivo en pocas manos. ¿Quién controla los algoritmos? ¿Quién decide qué habilidad vale y cuál se vuelve inútil? ¿Y qué pasa cuando una máquina puede hacer lo mismo que vos, pero más rápido, sin errores y sin pedir vacaciones?

Hay, sin embargo, una salida posible: educación para la incertidumbre. No se trata solo de enseñar nuevas herramientas, sino de formar sujetos críticos, creativos y éticos. Porque en un mundo donde el trabajo se transforma minuto a minuto, lo único seguro es que lo humano —lo profundamente humano— será lo más difícil de automatizar.

En definitiva, la inteligencia artificial no vino a reemplazarnos. Vino a preguntarnos quiénes queremos ser en este nuevo juego. Y todavía estamos a tiempo de responder.

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