18 de mayo de 2025 | Por La Redada

Como si se tratara de un desfile, una hilera firme y ruidosa de marmotas avanzó sobre la Ciudad de Buenos Aires. No eran animales, claro. Pero sí representaban ese espíritu gregario, repetitivo y feroz que ya no busca pensar, sino arrasar. Con más del 82% de las mesas escrutadas, La Libertad Avanza obtuvo el primer lugar en las elecciones legislativas porteñas. Con Manuel Adorni como figura principal, la lista del oficialismo nacional alcanzó el 30,1% de los votos, desplazando al peronismo de Leandro Santoro (27,42%) y dejando muy lejos al PRO, que con Silvia Lospennato cosechó apenas 15,86%, firmando así una derrota histórica tras 18 años de hegemonía amarilla en la ciudad.
Con una participación bajísima del 53,26%, el mensaje no solo está en lo que se votó, sino en lo que se dejó de votar. La apatía, la desilusión y el rechazo a la política tradicional parecen haber abierto paso a una nueva estética del poder: la del tuit agresivo, la de la descalificación permanente, la del marketing del caos.
Desde la Casa Rosada, celebran la victoria como un espaldarazo. Y lo es. Pero es también una señal de alerta para quienes aún creen que la democracia es algo más que ganar una elección: es construir acuerdos, proponer horizontes y escuchar al otro sin gritarle.
El PRO, partido que alguna vez supo representar un centro liberal dialoguista, quedó desdibujado. Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta vieron desvanecerse su legado ante una derecha más ruidosa y menos estructurada. Larreta, de hecho, quedó cuarto, con solo 8,07%. Silvia Lospennato, por su parte, reconoció la derrota y alertó: “Estén atentos”, en referencia a posibles hechos de corrupción.
Leandro Santoro, que llegó como favorito, aún guarda silencio. Y tal vez ese silencio diga más que mil discursos. Porque hoy, en la Argentina, las palabras parecen haber perdido su lugar. Lo que gana no son las ideas, sino las broncas. Y lo que se impone no es la esperanza, sino el hartazgo.
Como una marmota que repite su rutina día tras día, la política argentina parece no aprender de sus ciclos. Se elige al verdugo como redentor, y al ruido como consigna.
¿Hasta cuándo vamos a caminar en círculos, creyendo que avanzamos?